Por Alessandra Baldini
(ANSA) - NUEVA YORK, 30 APR - Ocho años después del inodoro
de 18 quilates instalado en un baño del Guggenheim el año de la
elección de Donald Trump, Maurizio Cattelan dirige su vena
creativa contra las armas fáciles utilizando una vez más un
metal sinónimo de riqueza, el oro, en una exposición en
Gagosian, en Chelsea, la primera galería en Nueva York en más de
dos décadas.
Veinte mil disparos realizados con seis tipos diferentes de
armas de fuego.
"Estamos completamente inmersos en la violencia a diario y
la repetición nos hace aceptarla como inevitable", explica el
artista paduano de 64 años, que vive y trabaja entre Milán y
Nueva York.
Domingo es el título del "díptico" que contrasta en el
amplio espacio de la galería de la calle 21, un "muro" de casi
seis metros de altura formado por 64 paneles de acero inoxidable
chapado de 24 quilates (todos a la venta) con la estatua-fuente
de mármol de Carrara, de un vagabundo tumbado en un banco
orinando en el suelo.
Las superficies previamente lisas de los paneles han sido
"modificadas" en un campo de tiro de Brooklyn mediante disparos
de pistolas, rifles y armas automáticas: el espectador de la
galería está metafóricamente acribillado en un juego
caleidoscópico de espejos.
"Cattelan - dice a ANSA el crítico Francesco Bonami, amigo
del artista desde 1992 y curador de la exposición - no es sólo
un bromista, es un artista profundamente político, aunque evita
hacer juicios explícitos, sino que se limita a presentar la
realidad tal como la observa."
El mensaje en este caso es que, "cuando la sociedad te
rechaza, todas las fronteras internas se derrumban y todo se
vuelve posible", afirma.
Cattelan atribuye la opulenta composición de las dos obras
-y los materiales, oro y mármol- a la tradición católica en la
que fue educado, destacando también que la facilidad para fundir
y reutilizar el oro confiere al material una naturaleza fungible
y no fija, que le permite desaparecer efectivamente.
"El oro y las armas son el sueño americano", dijo el artista
en una rara entrevista con el New York Times antes de la
inauguración.
Los paneles, cada uno con el peso de un niño de diez años,
hace de contrapeso al sin techo de mármol, la pose en el banco
que recuerda de espaldas a la Hermafrodita, pero no hay nada
sexual en la escultura, sólo el charco de orina que se esparce
por el suelo.
"Es un monumento a la marginalidad", afirmó Cattelan, la
imagen de una realidad que normalmente ignoramos y que,
recordando el famoso Manneken Pis de Bruselas, pone al
espectador ante una incómoda violación de las normas sociales.
"Pero si puedes comprar un arma de asalto en el supermercado
por menos de un par de zapatos Prada, ¨qué hay de malo en orinar
en público?," pregunta Bonami, según quien Cattelan es "el
artista italiano más famoso después de Caravaggio". (ANSA).